La junta que delegaba hacia arriba: cuando el gobierno se convierte en espectador

Juntas directivas

En muchas empresas familiares, las juntas directivas se presenta como un símbolo de buen gobierno, pero en la práctica carece de poder real. Aunque algunas han avanzado en su profesionalización —incorporando miembros independientes y estructuras formales como protocolos y comités—, sus juntas directivas siguen operando con una lógica informal que evita el conflicto y posterga decisiones estratégicas clave. Esto convierte a la junta en un órgano decorativo, más orientado a opinar que a gobernar.

El artículo explora un caso real en América Latina donde, a pesar de contar con un protocolo formal y estructuras diseñadas para la toma de decisiones, la junta directiva seguía eludiendo su rol. En temas críticos como pensiones, compensaciones, conflictos de interés y sucesión, la junta actuaba como un grupo de revisión pasiva, devolviendo los dilemas a los socios, debilitando al gerente general y erosionando la legitimidad del gobierno corporativo.

La experiencia evidencia que una junta es tan fuerte como la cultura de exigencia que la sostiene. La presencia de miembros independientes no garantiza efectividad si no hay liderazgo claro desde la presidencia, evaluación de desempeño, comités activos y consecuencias ante la inacción. El riesgo no es solo estructural, sino cultural: se institucionaliza una cultura de evasión que sabotea el propósito del gobierno familiar.

Para evitar que la junta se convierta en un espectador impotente, el texto propone nueve acciones clave, entre ellas: establecer asuntos indelegables, diseñar agendas estratégicas, evaluar periódicamente el desempeño del órgano y sus miembros, actualizar el protocolo familiar y, sobre todo, fomentar una cultura donde el conflicto se asuma como parte del buen gobierno, no como algo a evitar.

Una junta que no decide es peor que no tener junta: crea una falsa sensación de control, frustra a la gerencia y debilita la institucionalidad. La profesionalización no se logra solo con estructuras, sino con comportamiento. Y gobernar implica tener el coraje de decidir.

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