Protocolo familiar
En muchas familias empresarias, los conflictos emocionales no resueltos se intentan solucionar redactando un protocolo familiar, sin reconocer que no se puede construir institucionalidad sobre heridas abiertas. Cuando las emociones y el pasado no se procesan, las normas pierden sentido.
Un ejemplo es una familia agroindustrial fundada por dos hermanos que, tras años de éxito conjunto, se separaron por diferencias personales. Sus descendientes intentaron crear un protocolo familiar, pero el proceso se contaminó con resentimientos antiguos. El documento se convirtió en un campo de batalla técnico para conflictos emocionales. Uno de los miembros resumió la raíz del problema: “Queremos reglas, pero no nos hemos perdonado.”
El texto advierte contra el llamado “protocolo placebo”: aquel que ofrece alivio temporal sin resolver los problemas de fondo. Este tipo de protocolo suele mostrar tres síntomas:
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Urgencia por firmar sin sanar.
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Delegar en el consultor lo que la familia no quiere conversar.
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Idealizar el consenso, evitando los conflictos necesarios.
La verdadera transformación llega cuando las familias priorizan sanar antes que normar. En el caso narrado, la familia avanzó cuando suspendió la redacción del protocolo y se enfocó en reconstruir la confianza mediante espacios de escucha y diálogo emocional. Solo después pudieron crear reglas con sentido humano, enfocadas en proteger las relaciones y no en controlar conductas.
El texto concluye que el orden correcto es primero sanar, luego normar:
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Las reglas sin confianza generan resentimiento.
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La confianza sin reglas se desgasta.
La sostenibilidad del legado familiar depende tanto del gobierno emocional como del corporativo.
Heridas viejas, pactos nuevos: la importancia de sanar antes de normar

